No la besé
porque llevaba una camisa
de flores secas.
Supuse que cada flor
era un corazón
y que haría lo mismo con el mío.
¡Qué vulgar mediocridad!
Yo me merecía algo mucho mejor
que la muerte.
Fue la primera vez
que la miré a la cara
y sus manos
no eran diferentes.
Y no me dolió.
Y creo que me enamoré
de su manera de moverse
o de ese misterio que la envuelve
y que nadie ansia
resolver.
No entiendo cómo le tienen tanto miedo
si sus ojos también tiemblan
y luchan,
desesperadamente,
por esconderse.
No vuelvas a por mí,
¡confía en ti! - me decía.
Y me rozó los labios.
Se me encogió el pecho
tan sólo un instante
como cuando oyes el timbre
y no esperas a nadie.
¡Pero no es miedo!
Shostakovich me descubrió
el secreto de la inmortalidad.
Pon el coche a 180
y el volumen a 60
y tendrás lo que quieras. - me decía.
Y todavía las inconscientes azafatas
te siguen explicando
cómo introducirte
el chaleco salvavidas.
Como sí alguien fuera acordarse
de salvarse
teniéndola a ella delante.
Y sospecho que a pesar
de la vida
siempre la querré
pero que si por mi fuera
le regalaría el corazón
a tu camisa de flores
frescas.
No sé cómo de a menudo te lo dirán, pero es la primera vez que te leo y ha sido una alegría encontrar tu blog.
ResponderEliminarUn abrazo para ti.
No sé como de a menudo te lo dirán, pero es un placer que me hayas encontrado.
ResponderEliminarOtro abrazo para ti.