Carolina tiene unos ojos
color avellana
a punto de desgranar,
y es una pena que
no se los enseñe
a nadie.
Son ojos inquietos
que a veces hacen
como que miran.
Ojos de modestia
adquirida.
Tiene un iris
inocente
que se debate
entre lo que debe
y lo que quiere.
Y si me mira
-porque a veces
me mira-
siento colisiones
de bicicletas
y llamas de fuego
cruzándome el tórax.
Yo quiero a sus ojos
en todos los semáforos,
apaciguando el mar
que no ha vuelto
a estar en calma
desde entonces.
En sus ojos estaría
quizás
la vuelta a casa
que yo soy incapaz
de encontrar.
Porque Carolina
tiene una línea azul
dibujada en el párpado
donde sus pupilas
se despliegan,
como si fueran alas,
y a veces ni ella misma
lo comprende
porque Carolina
no quiere volar.
A mí, personalmente, me encanta.
ResponderEliminarPreciosa serie de poemas. Acordarse de las personas que siempre han estado ahí es algo que no hacemos a menudo. ¡¡Te honra!!
ResponderEliminarSalud.